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D. José García Hernández
En este bloque de «El Sacerdote» entrevistamos a D. José García Hernández, sacerdote de la Diócesis de Alcalá de Henares. Fue ordenado el 21 de mayo de 1989, a los 26 años. Para él, «un día sin Eucaristía es un día perdido». Tanto es así, que cuenta con los dedos de una mano las veces que en estos 29 años de sacerdocio no ha podido celebrar la Santa Misa, siempre a causa de impedimentos graves. En este bloque nos resume la misión de Cristo en tres palabras: sacerdote, profeta y rey. Esta misión la debe cumplir también el sacerdote siendo ese «Buen Pastor», que el pueblo de Dios necesita, hasta dar la vida por sus ovejas si es necesario.
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D. José García Hernández, sacerdote de la Diócesis de Alcalá de Henares, recibió la llamada al sacerdocio cuando tenía trece años. Se ordenó, a la edad de veintiséis años, el 21 de mayo de 1989, en el Seminario de Sigüenza, Guadalajara (Domingo de la Santísima Trinidad). El jueves siguiente, 25 de mayo, celebró su primera misa solemne, ya que era el Corpus Christi, en su Parroquia de San Ireneo, en Madrid. Su recuerdo de mayor intensidad fue el momento de la imposición de manos por parte del obispo sobre su cabeza, experimentando su unión con Cristo y cómo el Espíritu Santo descendía para transformarle.
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«Dios que comenzó en ti esta obra buena, Él mismo la lleve a término». D. José García Hernández, sacerdote diocesano de Alcalá de Henares, nos explica de forma detallada los diferentes momentos que trascurren durante la celebración de la liturgia de la Ordenación Sacerdotal. Destaca dentro de esta celebración la imposición de manos por parte del Obispo y la postración del ordenando mientras se rezan las letanías de los santos, signo precioso de humillación y entrega total a Cristo.
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En este programa de «El sacerdote, D. José García Hernández, sacerdote de la Diócesis de Alcalá de Henares, reflexiona sobre la figura de Cristo como Buen Pastor y sobre cómo el sacerdote debe ser para el pueblo signo del «Buen Pastor», que conoce a sus ovejas y se preocupa de las necesidades de sus almas. El sacerdote lleva a las «ovejas perdidas» sobre sus hombros para que vuelvan al camino de la verdad y, si es necesario, da la vida por ellas.
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